EXPOSICION INDIVIDUAL EN ESTUDIO MARTE
Jaime Torres Bodet, 221. Santa Maria de la Ribera
MARZO 2023
EXPOSICION INDIVIDUAL EN ESTUDIO MARTE
Jaime Torres Bodet, 221. Santa Maria de la Ribera
MARZO 2023
REGISTRO FOTOGRAFICO POR Ruben Garay
La casa de Michelle Sitton
Gonzalo Vélez*
En el célebre relato de Julio Cortázar “Casa tomada”, una inmaterial presencia va ocupando poco a poco una vieja mansión familiar, donde ya sólo viven un hermano y una hermana, los últimos del linaje, quienes van cediendo los espacios hasta quedar confinados. Con los cuadros que Michelle Sitton ha reunido en esta serie, Casa Cuatro Patas, se diría que la pintora actúa como algo similar a dicha presencia cortazariana, tomando una residencia, habitada en este caso por evocaciones de recuerdos, y acaso arrojando luz, reordenando el mobiliario y expulsando fantasmas. Pero si el mencionado cuento fantástico refiere una casa concreta que parece cobrar vida propia, la casa de Michelle está hecha de pintura al óleo, y las atmósferas que la habitan son capaces de revivir fibras nostálgicas en la memoria, y no nada más en la de la artista.
Los espacios retratados aquí no responden a una arquitectura racional, sino más bien onírica. La pintura de Michelle sigue con desenfado las no-leyes del sueño, las fabulaciones de la memoria. Cuando rasga el espacio, su mano inventa recintos: un umbral de color es una puerta entreabierta, un recuadro es una biblioteca con libros dormidos, o bien al fondo de un pasillo sin fin se presenta una sala de estar donde no está nadie. Velas que se consumen en candeleros remiten a la solemnidad de un ritual. El tiempo carece de sentido, como lo señala un reloj de pie que no tiene manecillas, sino un par de flechas clavadas en su centro.
Las piezas de esta Casa Cuatro Patas, sin embargo, distan mucho de ser gratuitas: responden, por el contrario, a una investigación sensible de los espacios poéticos, y sobre todo a una inmersión profunda de la artista en su propia psique. En cierto sentido, los cuadros reunidos en esta serie responden a las imágenes con las que regresó del viaje de revisitar losrecuerdos que han conformado su vida: paisajes interiores que sorprenden tanto por su sensible carga espiritual, como por la frescura de su factura, y por esa contundente ligereza en los trazos y en la composición.
Los elementos que habitan estos interiores parecen haber sustituido a la presencia humana, y se ofrecen entonces como símbolos abiertos a evocaciones: una estancia donde acaso departieron antepasados, un sofá bajo una lámpara donde alguien se sentaba a leer, la sombra que cierta persona dejó olvidada al desvanecerse. Otra sección de la casa parece habitada, en cambio, por recuerdos prohibidos, ocultos tras laberintos de puertas cerradas a las que resguarda eventualmente un can de tres cabezas que remite a Cerbero, el ser que en la mitología cuidaba la entrada al Inframundo –inframundo que aquí bien puede ser el Inconsciente.
Cada escenario se nos presenta así con una suerte de nostalgia íntima, según sugiere una niña que ve su reflejo en el espejo del baño, o una cama con un bulto bajo las cobijas, o una silla antigua de madera torneada por un trazo veloz de pincel, o bien un candelabro que derrama gotas de cera sobre un cuerpo desnudo, como en un sueño sufriente, intenso, igual que el naranja neón que lo envuelve. Pero cuando la artista recurre a formatos de una exagerada verticalidad, en composiciones que recuerdan a las de cierto arte japonés, los espacios adquieren una profundidad inesperada, como si se tratara de otro tipo de recuerdos: traslapados, o diluidos o asimilados en ritmos cromáticos que se ubican al borde de una narración, pero se quedan de este lado, donde son meros objetos pictóricos tratados con delicia.
De esta Casa Cuatro Patas, lo que más llama la atención, sin embargo, es la seguridad, el desenfado, con que la artista se planta ante sus lienzos y los resuelve, con un sentido nato de la armonía cromática: si emplea una gama amplia de colores, muestra una intuitiva sapiencia en la entonación para que todos los matices cuadren; si recurre, por otra parte, a un amarillo chillante o a un anaranjado agudo, sabe matizarlos para que no griten, sino para que integren composiciones luminosas equilibradas. Y las figuras que integra ahí, plasmadas sin esfuerzo, ágiles y livianas, son inesperadamente rotundas. La de Michelle Sitton es una pintura audaz, pero sensible; apacible, pero a la vez intranquila; fresca, pero con un dominio cabal de la forma y el color: contradicciones en apariencia que ella sabe resolver con una facilidad sorprendente, a veces inquietante, y que nos deja a la espera de futura obra.
Santa María de la Ribera, CdMx, abril de 2023
*Gonzalo Vélez es poeta, traductor y crítico de arte, beneficiario del Sistema Nacional de Creadores Artísticos.